miércoles, 22 de junio de 2011

Sanctuary


Una civilización viviendo bajo la tierra, culturas y razas con habilidades distintas a los Seres Humanos conviviendo con el mundo moderno, ver los mitos surgir de las sombras y pasar a formar parte de la realidad.

Un mundo donde “los diferentes” – llamados anómalos- son comprendidos, cuidados y valorados; no podía ser de otra manera tenía que estar a cargo de una mujer.

No sé que me entusiasma más, ver todas las posibilidades asomarse tímidamente –sirenas, vampiros, licántropos, elementales y otros- ó ver como lo más irreal: una mujer estudiosa de la ciencia, inteligente y sensible, fuerte y defensora de la lógica dirige una organización a nivel mundial sin tener que cercenar su femineidad.

Magnus, Hellen Magnus es esa mujer – Amanda Taping quien siempre me recuerda Stargate- es la líder de un grupo de “científicos” que desde hace más de 120 años se dedican a estudiar y proteger a estas criaturas.

Sí, desde hace 120 años, Magnus tiene 158 años. ¿Cómo, eso lo puedes descubrir luego es parte de la historia? Sanctuary es eso, una historia que entretiene, no es una obra de arte, pero me ha gustado así sin tantos detalles deja más a la imaginación.

Por hoy prefiero los finales en forma de pregunta, no demasiados detalles, más bien una ventana que solo deja ver parte del paisaje, para que deseemos salir a conocer el resto. Probar a dejar volar mi mente por los sitios conocidos, viéndolos como si fueran extraños, en cada esquina puede esconderse algo que no imaginé.

Me pase tres días completos viéndola, - apenas tiempo para comer, casi nada de tiempo para dormir- más de 40 capítulos completos – son como doce horas por día. No es lo que recomiendo para la mayoría, pero algunos somos así tendemos a devorar lo que nos gusta.

En todo caso, si te gustan las historias que entretienen, si tienes un rato ó si tan solo te ha despertado curiosidad lo que escribí prueba a verla con suerte y te gusta.

domingo, 5 de junio de 2011

La del maquillaje corrido o la del morral repleto de libros...

Jamás publico algo que no sea mío sin ubicar la fuente (el enlace lo encontrarán al final), y, por lo general, siempre hago una introducción de mi autoría, pero, esta vez, no encontré muchas palabras para introducir este texto que encontré en medio de las tantas cosas que leo...Ojo, no creo que sea un análisis, ni un consejo para la vida que deba tomarse a pecho, pero sí, un relato doloroso expresando lo complejo que es elegir en una relación y que algo que muchas veces se deja de considerar, es el pensamiento (e inteligencia!) de quien hemos escogido, posiblemente con tinte de frustración. Tal vez, el texto caiga en estereotipar una cosa y otra, que es una dicotomía o un cliché, y dar a muchos para pensar en calificarlo de superfluo. En fin, sólo léanlo, y quizás, analícenlo...


"Sal con una chica que no lee"  (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela. 


Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta. 


Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se de cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe. 


Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.


Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato. 


Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 


Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. 


No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. "Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil". La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.


Tomado de: http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=1&size=n

y una recomendación que puede cambiar vidas justo aquí:
http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904&pag=2&size=n

Yo por mi parte, he bailado hasta rabiar en una discoteca unas cuantas veces en mi vida, me he emborrachado con mis mejores amigas y en lo que prosigue de mi tiempo, sigo leyendo... Así que, para que todos seamos felices, aquí hay algo que contrasta un poco lo escrito por Warnke: http://cosasqueleiporahi.blogspot.com/2009/02/elegia-moderna-del-motivo-cursi.html